Gratallops

La identificación de un vino es la foto de donde ha nacido. Un enólogo que no vive sus viñedos se transforma, automáticamente, en el peor enemigo del espíritu de un gran vino.

Personalmente vivo con mi viña y necesito su presencia. Los mimos necesarios, demasiado sol o no, si se encuentra bien o no, si huele de maravilla o no, si las hojas brillan, si los sarmientos están agradecidos, al final uvas te vuelve con creces.

El primer potencial de calidad, la poda, vivir dentro de este ser y explotar exponencialmente el mejor de él, y darle salud, esto es la poda.

El entorno, la convivencia de especies adecuadas para su felicidad es la biodiversidad. Una viticultura alternada con olivos, árboles frutales como el melocotón de viña, cerezos, ciruelos, cualquier fruta de intereses complementarios. Hierbas aromáticas, vegetación que no sea depredador, sobre todo para una floración de la vid la más enriquecida. En cuanto a los insectos amigos como la abeja, de flor en flor, haciendo cada uva un mundo de sabores y de olores. Allí está el potencial real para un gran vino.

El enólogo degusta sus bayas esperando la máxima expresión. Decide la recogida de cada uva mimando hasta el último detalle, respetando todos los gustos y aromas con sensibilidad y metodología.

Una fermentación respetuosa con levaduras autóctonas y maceraciones atentas al recuerdo de todo su pasado y descubir en el preciso momento el espíritu de la foto instantánea, transmitir y compartir algo del lugar de donde nació.